domingo, 31 de mayo de 2009

Estoy comprometido con una situación.

En este escrito no radica, por distintas cuestiones, otra posibilidad de comienzo que no sea esta: Mi amor, escribo por vos.

Hay un despliegue de un movimiento que juega entre lo trágico y lo sublime. Un sentimiento que pone pequeñas bombas de emociones. Escuche de tu boca un “te amo”, y sé que solo mis oídos entenderán lo que quisiste decir, y mi cabeza se sumerge en un mudo estremecidos de energías que causan descargas de todo tipo. Una lección que se aprende todos los días. Un conocimiento que crece en mis sentidos depositados en los tuyos. Un escondite de escapatorias, unas cosquillas placenteras. Muchos tipos y estilos de diálogos. Guerra, defensa, autodefensa. Para Platón, la felicidad sólo es posible en el mundo inteligible. Yo me siento “pleno” en vos, en nosotros. Está bien, la felicidad es un estado psicológico, por lo tanto “inteligible”. Amenazando la frialdad del contemporáneo pintaría calidamente los “dones” en donde el amor es un don desinteresado solo en apariencia. Sartre decía: «Dar es esclavizar», a ver como explico esto que quiso trasmitir este tipo tan jodido como Sartre, creo que la cuestión es así, el prójimo no quiere ver en mí sino a un objeto y de alguna manera muy extraña negar mi humanidad. Lo acepto sin insubordinaciones. Pero deseo ser para él el fin absoluto, el objeto imprescindible al que deba subordinarse por completo, algo de lo que no pueda no depender. De este modo recuperaría mi ser al “esclavizar” a aquel que me ha alienado (uso acá alienado como un estado de locura, un estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad.). Es por eso – por esa recuperación del ser – que el amor es “un don en sí mismo”. Con respecto a esta idea sartreana, se cree, o se revienta, no se cree, no se revienta, lo sentís o no lo sentís. Yo no lo siento ni lo creo. Lo mío es mas “poderoso” mas “interno”. Pero siempre es bueno saber que melodía toca otra campana. Te entrena tus categorías de pensamiento.

Ahora a los que observan la vida ajena, les propongo que se despeguen de la idea de “control”, de la idea de la “tele”, en donde todo tiene que ser “mirado” solo eso, no observado, ni visto, solo “mirado” para luego ser trasmitido. El “ver” de la inteligencia es el “viste”. Entrenen sus sentidos, acordes a sus sentencias. Muchos de ustedes que nos están mirando, solo tienen tiempo para eso, por que han sido dejados en un juego de espejos donde nunca nadie abandona el círculo de la protección de lo ajeno. El otro es siempre una amenaza ontológica. Nuestro cuerpo nos hace vulnerables para la mirada del otro. Nos sitúa como un objeto entre otros en una especie de mosaico empírico de espacio y tiempo. Un médico ve nuestro cuerpo del modo en que nos lo examina. Para observar el cuerpo hay que transformarlo en objeto, del mismo modo que algo es observado en un microscopio. Nuestro cuerpo nos brinda perspectiva en el mundo, pero otros lo ven desde afuera. Aún cuando vemos nuestro reflejo en un espejo, no nos vemos a nosotros mismo como lo hacen los otros. No tenemos control de cómo somos vistos por los demás. La mirada de los otros nos convierte en objetos. Que lo disfruten, es un placer muy vicioso y difícil de dejar el de mirar dos cuerpos, dos almas, dos espíritus, dos consciencias que se aman a su manera.

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