domingo, 3 de febrero de 2013

Tropezar con la misma piedra

Parecería un relato de fantasía, si le cuento algo a la piedra a la que le hablo, fría, sólida y seca. Dura e imperturbablemente inanimada. Sin embargo su carencia de cualidades causan sus contrarios. Te calienta, te vacía, te humedece en llanto. Te ablanda, te perturba, te desanima. Por lo tanto encontrarse con ella no es solo un tropiezo. No hay aprendizajes a corto plazo, y la piedra ahí sigue, se desgasta un poquito cada siglo, y genera otra vez su contrario te come en semanas te desgasta sin piedad. Su generar nada, su insensibilidad extrema es cínica. Si pudiera manifestarse, de seguro se reiría de tu seriedad y de tus desgracias. Su peor faceta es cuando se hace invisible a tus ojos, cuando tu alma no la detecta… ahí el tropiezo se transforma en caída.
No quiero ser de las piedras, ni que ellas me rodeen a mi camufladas. Aunque en algún momento pudiese admirar su mineralidad; realmente ellas me dan mucha lastima.

Contemplar el mirar


¿Para qué sirvo? El error fue ponerme una utilidad. Un error anti-filosófico. Que se busca entre tanta imagen, entre tanto pertenecer. Un error de ahorcado que asfixia y palpita. El lenguaje se acaba y lo gasto a cuenta gotas, es inútil completamente, por ser la caja vacía solo resuena, pero no armoniza no es comprendido. El discípulo de Heráclíto, Cratilo, concluyó por creer que ni siquiera se debe hablar; y se limitaba a hacer señales con el dedo. Mi señal es mi rostro que apacible condena mi tormentoso silencio desparramado de pensamientos. Tarea ardua la de recuperar el hablar, está años luz antes de recuperar la risa sincera. Pero nunca se perderán mis ojos, distorsionados por el dolor, abatidos por el sufrimiento amoroso… pero siempre  mirando el observar de las situaciones. Siempre ahí resecos o húmedos poniéndolos delante de quien corresponda.