Son las seis y media de la mañana. Hay viento, éste trae hacia mí el lamento de algún anciano vecino. No sé si estoy alucinando y ese lamento es un eco mío. Pierdo el machete de un escrito noctario imprevisible, por lo tanto reelaboro uno nuevo. Perdí los sentidos y mi cabeza es un globo pesado. La boca se hunde en sabores vegetales secos. Me imploro a mi mismo no actuar la consecuencia, perforar la autopsiquis y formar imágenes. Pétalos deshojan el umbral de poses inquietas y llantos reales. No había tiempo, él era ignorado, no se hacia sentir, el campo magnético protector era mas fuerte. No voy a guardar el original del escrito, éste es volátil, volitivo, no se podrá someter a una insípida tabla de verdad. Una situación bufonesca le pone marco a un cuadro de monotonías cotidianas. Algo de instinto suprimido en un papel. No hay mucho para decir cuando ya descubriste que el lenguaje del planeta tierra es irreverentemente limitado para expresar tus mundos.