domingo, 26 de abril de 2009

De la inquietud

Su cuerpo estaba dividido: por una parte su cuerpo propio

- su piel, sus ojos -, tierno, cálido, y, por la otra,

su voz, breve, contenida, sujeta a accesos de distanciamiento,

su voz, que no daba lo que daba su cuerpo.



(Roland Barthes, “Fragmentos sobre un discurso amoroso”)





De la inquietud de mí cuerpo al desear el tuyo. De la inquietud de mí ser al enfrentar tu ausencia. De mi cuerda de prosa que anuda poemas, caminantes de situaciones. La inquietud empieza a despoblarse de criaturas del pasado. La inquietud del rosal de Alfonsina Storni.

Se nace con cierta inquietud. Esta inquietud tiene sus mejores resultados. De secuelas programadas. De suspiros por lejanía. El “pensamiento chino”. Tanaj. Orden al espacio incierto. Invasión de miedos. Poetisa, amor mío, lleva mis transformados oídos hacia tus sentencias, y bajo una palmera, refrescare mi conciencia inaudita en tu amor. Soy pequeño y humilde, vivo en casa nueva, y nunca llegaré a conocer a Jesús personalmente. Aunque sea inquieto, esencialmente un espíritu intuitivo. El centro de la psiquis, inquieto terreno donde toca el sol.

Uno de los sentimientos más comunes después de una separación amorosa es la enorme curiosidad en relación al destino del otro. Hay un movimiento casi dialéctico en algunas inquietudes amatorias del sentido común, por un lado, ver el sufrimiento de una persona tan íntima los deja tristes; por otro, les satisface sus vanidades. El orgullo se torna inconsciente, uno necesita sentirse importante, se necesita saber que nuestra ausencia provoca dolor. Yo siento lo que siento. Solo hago un análisis socio-cultural, ornamentado, con forma de escrito. El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro.



Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación. (Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo) La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, mas que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta”.

(Roland Barthes, "Fragmentos sobre un discurso amoroso")



Vuelo en impaciencias, cuando aterrice, explotaré en tu mente y surcaré caminos no descubiertos. Si se quiere desconfiar, no se insiste, se hace. Y si ese accionar no es real, descompaginara la realidad que estamos esculpiendo. Tomo el próximo vuelo; hasta hoy a la mañana. Hasta que pueda verte; sin poder tocarte.

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