lunes, 6 de abril de 2009

Al maestro con cariño

La vida, enseña Schopenhauer, es dolor. Esto no es condenarse a la derrota; habría una solución que se expresaría en la necesidad de anular en nosotros la voluntad de vivir. El dolor es algo positivo, algo cuya presencia percibimos y soportamos; y la felicidad va a consistir en la ausencia de la presencia del dolor. Podríamos entender la ausencia del dolor como la experimentación en nosotros de haber anulado la necesidad de querer más. En el fondo Schopenhauer quiere enseñarnos lo que se contiene en el pasaje evangélico en el que Cristo dice a la mujer que va por agua a la fuente que si ella bebe del agua que él le ofrece ya no volverá a sentir más sed. A Schopenhauer de lo que ciertamente se le puede acusar es de conservador. En efecto, la consideración de la felicidad como algo negativo es un movimiento defensivo. Se trata de refugiarse, pertrecharse ante los innumerables males de la vida, pero este conservadurismo es lo que queda como única alternativa de felicidad. Pretender la felicidad positiva es abocarse a una dependencia dolorosa de los avatares y circunstancias externas, es decir, es condenarse a beber eternamente el agua de la fuente a por la que iba la mujer del evangelio.
Para Schopenhauer, querer significa desear, y el deseo implica ausencia de lo que se desea. Deseo es falta, deficiencia, indigencia, por tanto dolor. La vida se lanza a un esfuerzo constante para vencer al dolor, esfuerzo que resulta vano en el momento en que alcanza su término. La satisfacción del deseo y de la necesidad origina un nuevo deseo o necesidad, de modo que esa satisfacción nunca tiene carácter definido y positivo: el placer es cese de dolor, y por tanto un estado negativo y pasajero. La liberación de la irracionalidad y la ceguera sólo es posible a través del arte (estado estético). La experiencia estética es, no obstante, sólo una liberación momentánea del dolor, el tedio y la insatisfacción de vivir.

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