jueves, 8 de abril de 2010

La cuestión que vuelve

Libre para esconderme era el objetivo. ¿Es libre alguien que se esconde? Una visión obsesiva, que pocos comprenden. Los ojos puestos en donde todo rebota o hacen espejo. No di ni dos pasos y corrí hacia mi propio interior. ¿Alguien entenderá el sonido de esa flauta? Invita a una verdad que huye. No entender lo que se escribe seria el método de esta ciencia. Pero la obsesión al impacto de entrañas disecciona mi intelecto. “No hay pobre que por rico no venga”. Hay males que vienen por más males. Me chupe el dedo hasta dejarme el hueso. Ando comiendo mis días con el sabor otoñal en mi paladar, sufro la espesa carga del “mal existencial”. Dando vueltas en esta incertidumbre del día, encuentro y desencuentro mis sentidos retorcidos. Mi maquina de pensar no se detiene, y veo el relax forzado en los rostros falsos. Aunque sea dulce, atractivo y hasta “moderno” nunca podría haber sido ni ser un escritor beat, la capacidad de experimentar o encontrarle una utilidad a los estados místicos o extáticos se esfuman en el universo contemporáneo. Los álter ego, por ejemplo, de Kerouac, vivían momentos de percepción amplificada e intensa conexión personal, pero mi sensibilidad es distinta, busca más bien el retraimiento. Un observador y comentarista, habitante de los márgenes, cuyo habitad natural son oscuros bancos de plazas o mesas retiradas de bares, desde donde contemplar calladamente la hipocresía. Poseer una hipersensibilidad soñadora, una genuina rebelión, considerar la rebeldía como algo superfluo, contentarme con rezongar y reír por lo bajo. Una especie de niño genio que no logra, ni quiere pertenecer, aislado por no encontrar refugio en ninguna parte, ser continuamente consciente del proceder calculado del resto de la gente. Sé cuando van a empezar a mostrarse encantadores, sé cuando van a empezar a contarme algún chamullo verdaderamente desagradable sobre alguna chica. Lo digo, te lo digo, mientras miro mi comida y siento náuseas. Aludo a una sociedad en la que la gente se empeña en hablar cuando uno no tiene la menor gana de hacerlo. Quizás sufra por atender a lo que la mayoría pasa por alto, por estar adelantado a los hechos y por mi capacidad innata de analizarlos. Estoy harto de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, a hacer algo notable, ser alguien interesante. Es repugnante. El conflicto es ineludible y la inocencia es una etapa más, efímera; y englobar sobre un final a ese “todos”, está dolorosamente dejando atrás mi existencia de globo volátil, para poner los pies sobre una sociedad de la que sé que no formaré parte nunca. Murmurando, posiblemente anhelando respetar a alguien y huyendo del conformismo y de mi propia condición destructiva, sonrío antes de sucumbir al sueño, feliz a medias, sabiendo que ya no necesito de la aprobación de nadie. La felicidad, el objeto de búsqueda de los particulares. Nos queda el consuelo en fugases instantes de libertad, como yacer en la cama con los pies desnudos sonriendo al techo o contemplar absorto los movimientos incesantes y alborotados de la gente refugiándose, mientras me mojo en la intemperie sin que eso mucho importe.




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