lunes, 15 de septiembre de 2008

El terrestre

Hoy tuve una visión. Una visión alterada por un recuerdo. Cuando habitamos los dos en un mismo espacio teníamos horarios distintos. No solo me tocaba la tarea de cocinar, también me tocaba una aun más compleja, la de esperarte. Leía un diario viejo mientras algún invento culinario hervía en la olla. El Lacho me miraba. El Lacho era nuestro perro. Leía el diario, escuchaba Daft Punk, escuchaba los borbotones de alguna salsa seguramente sabrosa, desde mi fe en la cocina. Miraba al Lacho y le decía: “¿Vamos a esperar a mamá, a la parada del colectivo?”. El Lacho se sentaba, abría sus ojos enormemente, ponía sus ojeras como dos radares y movía su cabeza de un lado a otro. Entendía perfectamente lo que le decía. Miraba el reloj y le decía: “¿Vamos? Ahí ya saltaba sobre mis piernas. Caminaba por las calles desiertas de plena cena, con distintos olores a comida, pero ninguno se igualaba al de mi salsa, que nos espera reposando en su paciencia. En la parada que aumentaba la soledad de los cordones de Villa Ortúzar, ahí esperaba que bajes del colectivo. El Lacho al principio inquieto luego se relajaba (“Y, es igual al Padre”; diría su Madre). Prendía uno para matar el tiempo, el Lacho sentado a mi lado también esperaba. Yo como Pavlov jugaba con su atención: “¡Ahí me parece que viene he, sí a ver, ahí viene mamá!” Se ponía tiesa y miraba fijamente hacia donde yo miraba, confiaba en mí, aunque sabia que mamá bajaba de un coso extraño a la tierra. Luego de un rato de juegos cómplices, llegabas vos. El Lacho te saltaba casi hasta tu boca para besarla, yo rezagado competía también por obtener un beso tuyo. El perfume que usabas te duraba todo el santo día, pero el más sabroso el que diseccionaba mi nariz, era el de tu piel, ese que se fundía en nuestro abrazo. Con el Lacho saltándonos alrededor. “¡Viste vino mamá!” le decía yo al Lacho, y se retorcía en gestos perrunos y saltaba muy alto. Así nos íbamos los tres a nuestro habitad, con las manos empuñadas en la cintura. Sin decir una sola palabra sobre la jornada laboral; cagándonos de risa. Mirando cómo le hacía feliz al Lacho, vernos feliz.

2 comentarios:

Amorexia. dijo...

la fidelidad de los animales, es un don otorgado a ellos nada mas.

Saludos desde mi extraño país.

CICUTA dijo...

se volvio mas que un fantasma!!!