martes, 17 de mayo de 2011

Análisis intuitivo

No siempre el que te persigue es un ser con ojos iracundos y rojos, ni siquieara es un ser fríamente malévolo que aguarda con paciencia entre sombras. Puede ser otra cosa, alguien que te llama con gentileza, que te abraza calurosamente, que te acaricia y te engatusa con dulzura hasta terminar por destruirte.

"Sólo hablo con vos", le dije, "ya casi con nadie más". Siempre recordaré la sonrisa que apareció en su rostro, cuán dulce y sencilla. Fue el último momento auténticamente grato que tendríamos juntos, el instante en que más cerca estuve de sentir su amor, luego de que explicara su decisión. Su reacción fue ante mí. Yo clasifiqué enseguida que era un rechazo tan espontáneo y absoluto, y mi cabeza recalculaba los motivos.
Sigo pensando que no se ha percatado de lo que hacia, pero yo lo reviví una y otra vez en los siguientes minutos, horas y días. Lo reviví, ahí sentado, ella hablando de esto y lo otro, y yo sumiéndome en una oscuridad inconcebible. El que me rechazara con semejante contundencia un amor que seguía vacilante, pero aun prendiendo fuego, me llenó de un indecible odio hacia mí mismo. Su voz caía encima de mí helada y desconocida. Habló mucho aquella noche: sin duda le pareció que yo sabía escuchar, aunque en realidad ya no escuchaba. Oía su voz como un murmullo de trasfondo, veía su rostro como entre una neblina vaga de algo infinitamente distante. Ya no era ella, sino un símbolo doloroso de mi propia devastadora realidad. 
Le dije que no venga. Camine solo a través de la oscuridad circundante y recordé, con el corazón vacío, los movimientos de un amor que se me antojaba tan perdido como yo mismo. Me sentía como si me hubiesen arrancado las tripas, las hubiesen empaquetado y arrojado a la basura.

Y ahora tengo que seguir.


No hay comentarios: