miércoles, 13 de abril de 2011

Lapida incómoda

No sé qué hacer. Voy hacer que hago; y así acosado por interminables tormentas, el hombre se vuelve animal. Entre dialectos extraños, de oscuras mentes la realidad mide distancias dormidas entre el andar y la dificultad del camino. El largo invierno se empieza a echar encima. La nieve caerá antes de que el fuerte este terminado. Fue una siembra de sangre, y ahora ha llegado la cosecha, el cuerpo se aferra a la torturada vida. Se responde con un tono fúnebre que aparenta franqueza. Tan débil, así podemos mostrarnos, tanto como para escapar del influjo de este Universo en tres dimensiones en el que se nos supone atrapados. Pero todo son especulaciones. Hay dos tipos de suicidas. El pasivo e impotente, que se ahoga o ingiere una sobredosis de somníferos, y el suicida de ánimo dionisíaco, más violento, que se vuela el cerebro, salta al vacío, o se arroja a las vías del tren. Pero ninguna elección supone un freno para el que puede calificarse como un último acto. Pero no es el deseo el que se convierte en necesidad, es todo lo contrario: son las necesidades las que se convierten en deseo. Ahora: ¿si la finalidad de la existencia no es el placer, cómo es que nos han convencido para que existamos? ¿Por qué existir? Morir es concluir.

2 comentarios:

Ra dijo...

De nada, un poco...
Muy... realmente interesante!.

Pablo Distinto dijo...

Gracias Ra, por leer. De enserio.

Saludos.

Pablo