domingo, 27 de julio de 2008

La flor negra

Todo comenzó cuando recibí ese regalo. Bajo un nombre falso. Por la tanto anónimo.

Nunca recibí ningún regalo en mi domicilio, salvo alguna promoción funesta de algún producto considerado “útil”. Esto fue distinto. Un correo para mí. Un embalaje extraño. Un nombre falso. Este envoltorio contenía una flor negra. Buscar un significado a este regalo fue extraño para mi, se presento como un tarea, que comenzó con un sonrisa y termino en una desagracia. Abrí el paquete y leí su tarjeta, decía: “Tu negra: Flor”. Del otro lado la dedicación: “No hay mal que por bien no venga”. Claro sí, sonaba gracioso. No, era ambiguo, lo supe desde el principio.

Descifrar este obsequio, su mensaje, interpretar su simbolismo directo e indirecto, empezó consumir mis complejos días. Me turbaba mirar su forma física, me desconstruia comprender su esencia. La idea surgió como retórica falsa de pensamientos, una erística digna de alabar. No dormir para descifrar el acertijo. Tarea ardua y comprometida. ¿Qué decirle a este obsequio? Ya que la mayoría de las veces las palabras no sirven. ¿Qué comunicarle, desde un planeta extraño? Mis ojos se resecaron, me ponía un gel pupilar compuesto para mantenerlos en plasmas de embrión.

Quedé momificado, entumecido, desorbitando al ojo. Secos mis labios en el desierto de mi boca. Electrónicamente intermitente, contemplando la hermosa flor negra.

jueves, 24 de julio de 2008

Capricho

Voy a escribir. Voy a crear la confusión, el desequilibrio, el desorden. El sentimiento falso y el supuestamente verdadero. Voy a comer escapes y triturar salidas. Voy armar una secta de la soledad y la creación, un aspecto cardinal que conjugue estas dos pasiones. Disertaré sobre la purificación de desconsuelos, y tomaré un trago de vació.
Sospecho la ironía inmadura, de una cordura falsa, una imagen a copia que reproduce ejemplos. El despliegue de la luna y un juego enfermizo de almas tristes. Una mascara de terror y el des-creí-miento. Sí descreí; mentí. Formula básica en su primigenia. Juegos.
Los verdaderos ojos miran hacia dentro, descomunan variaciones, implican la “drasticidad”. Inexistiendo en la palabra se marca una sensación en la idea. Por no, eso, entonces, lo otro.
El camino sinuoso del control, el hacer creer un color, un olor, un tiempo. El sello de la enfermedad en el comienzo de una esperanza, la costumbre al castigo y la ilusión de futuro.

martes, 1 de julio de 2008

Pensarte



Escarbado por el dolor que ha vuelto a mí con la noche, el espíritu torturado en vano intenta comprender la expiación de un efecto que soporta su causa en un desliz de conceptos. Pronto mi cuerpo vacío no tiene nada más que los pegajosos sudores de la angustia. Las palabras en desarme sobre la hoja mutan, se transforman en instrumentos de mi martirio, refinamientos de mis suplicios, se convierten en garfios o garras, látigos, hachas, sierras, escalpelos o martillos. Cuando comienzo a pensarte las sábanas de mi cama se convierten súbitamente en mármol, y sus pliegues trituran mis huesos. Me es imposible moverme; creo que en ese momento sólo mis ojos conservan todavía la tibieza de la vida. Mi garganta anudada por la angustia, aunque luche con fuerza, no puede escapar para pedir una especie de socorro. Una llama fulgurante sigue ahí, en mis pupilas. Un caos de sensaciones indefinibles anega a mi conciencia. Mi ser, roto, fragmentado, yace esparcido por mis pensamientos. En el centro iluminado están mi corazón y mi alma, el primero despide sonidos huecos de corazón milagrosamente preservado; mi alma parece querer escapar de este ataúd de mármol, siempre rápida, siempre inquieta.
Como cada mañana, a mi regreso del infierno nocturno, mi primer consuelo es la amarga soledad de mi cuarto.
La tarde me sume en una especie de sopor. Cuando el día se acaba, la angustia empieza a tomar posesión de los rincones oscuros y me somete a opresiones preliminares. Temblando, acecho con ansiedad a mis pensamientos, que anuncian que otra vez me toca pensarte, como alma, como corazón, como cuerpo, como humano, como persona, como ser. Tu imagen en el pensar, como un regalo celestial maldito, te cubre una aureola con ese resplandor que, en el momento de su aparición, debió de adornar a la primera mujer.
Ya está todo fin desprende su aroma de principio.
En un plagio al dolor escucho voces que me hablan como a un niño a quien fuese preciso explicarle todo, cuando en realidad soy un hombre que aprende de la vida; pero al pensarte me siento al punto de perderla, por eso quiero oír como me recuerdan lo que ya sé, exactamente como si no lo hubiese sabido nunca.